miércoles, 6 de marzo de 2024

Lupe Vélez: "¿HA VISTO USTED SILENCIO MÁS ABSOLUTO?"


 (Fragmento inicial del capítulo 5: Cuéntame una de vaqueros)

"¡Jesús! Esto pone los pelos de punta. ¿Ha visto usted silencio más absoluto?"
Lupe Vélez

Los técnicos caminaban por el set con sus zapatos cubiertos por forros de tela para no hacer ruido, se comunicaban a señas, se miraban entre sí con el dedo índice sobre los labios subrayando el hecho de que debían permanecer callados. El director de la película, D. W. Griffith, con el sombrero puesto, saco arremangado, acababa de ordenar “un beso especial”:

En el París de Napoleón III, a mediados del siglo diecinueve, la cantante española Nanón del Rayón encabeza la variedad del cabaret El Perro que Fuma. El conde Karl von Arnim, agregado militar en la embajada prusiana, ha obtenido el consentimiento del emperador para celebrar el matrimonio con su prometida, la condesa Diana des Granges. Para su desventura, cuando se dispone a compartir con ella la buena nueva, la encuentra con otro hombre. Furioso, le asegura que prefiere casarse con una mujer de la calle –eufemismo propio de la época-. Entonces, la condesa acude al cabaret con el fin de contratar a Nanón, convenciéndola de que asista haciéndose pasar como una de sus invitadas a la fiesta en su mansión, para de esa manera demostrarle a Karl que ni siquiera es capaz de distinguir a una golfa cuando la tiene enfrente. Al final, como sucedería en cualquier historia de amor que pretenda conmover al público, el conde se enamora de Nanón y se dirige a buscarla al cabaret, porque el cine siempre ha preferido recompensar a las putas de buen corazón por encima de las aristócratas engreídas. En uno de esos portentosos anacronismos que sólo la pantalla es capaz de crear la ilusión de que son posibles, ella canta: Casi todo el mundo parece estar escuchando una melodía de amor, cada quien tiene una divina canción de amor ¿Cuándo escucharé la mía? ¿Dónde está la canción de canciones para mí?, de Irving Berlin –compuesta en pleno siglo XX-, en tanto que los semblantes de los parroquianos van adquiriendo gradualmente, uno tras otro, la imagen de Karl, hasta que el verdadero se aproxima a ella para pedirle que se vayan juntos.

Lupe era, por supuesto, Nanón y William Boyd un conde prusiano de inequívoca apariencia norteamericana. Para esa trama se requería filmar este beso que demandaba tanto silencio: eran los ojos de Karl enamorados del rostro de Nanón, tenían el arrobamiento ilusorio del cine procurando persuadir a los espectadores con las imágenes de su encuadre de que el amor es real, porque si sucede en la pantalla entonces también existirá en la mente de quienes lo presencian, y ella le devolverá una mirada igualmente apasionada al amparo de sus enormes pestañas, sin parpadear, cuando él, por fin, la atrae contra su cuerpo para besarla. Las cámaras registraban el pietaje de película utilizada, eran veinte, cuarenta, sesenta, setenta... hasta que al llegar a los ochenta pies, Griffith indicó oscurecer y luego el corte. Con su maniático afán perfeccionista, había ordenado que repitieran el beso y la tensión estaba de regreso en el foro. Cuando el cine era mudo todos podían hablar durante los rodajes, al volverse parlante exigió un paradójico mutismo.

Jules Etienne

La ilustración corresponde a un fotomontaje publicitario de Lupe Vélez y Wlliam Boyd
durante la escena del beso en Canción de amor (Lady of the Pavements, 1929). 

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