"Se presentaría en el cine Roxy, para cantar y bailar algunos números musicales de Bajo el Cielo de Cuba."
(Fragmento del capítulo 11: La vida sin Gary)
(Fragmento del capítulo 11: La vida sin Gary)
Como consecuencia de que los
ingresos en taquilla seguían disminuyendo, los estudios dispusieron una
novedosa estrategia publicitaria, incluyendo entre las obligaciones
contractuales de los actores giras con apariciones en vivo para promocionar sus
estrenos. Así fue junto con sus inseparables perros, dos chihuahueños
llamados Mr. Kelly y Mrs. Murphy, una revitalizada Lupe Vélez se lanzó a la
conquista de Nueva York. Se presentaría en el cine Roxy, para cantar y bailar
algunos números musicales de Bajo el
Cielo de Cuba al término de la proyección. El público, como de
costumbre, quedaría deslumbrado por su contagiosa energía con el corolario de
un contrato para una serie de funciones en el teatro Palace. Entre los
espectadores más entusiastas se contaba un cronista del New York Times,
quien afirmaba que además de tempestuosa y atractiva, carecía de ese senti- miento
de súbita importancia que atacaba a las estrellas de cine cuando invadían los
terrenos del vodevil.* Maní, si te
quieres por el pico divertir, cómprame un cucuruchito de maní,
alejada de cualquier afectación, hacía todo lo que estaba de su parte para organizar
una auténtica fiesta en sus presentaciones, no te acuestes a dormir sin comprarme
un cucuruchito de maní. Se había ganado un merecido aplauso tanto por sus
bailes y canciones como por sus imitaciones de Gloria Swanson, Dolores del Río
y Marlene Dietrich, que el público festejaba con entusiasmo. En cuanto al hecho
de que afectaban su popularidad en Hollywood, eso era un asunto que nunca le
preocupó. Desde su guarida teatral en Broadway, Florenz Ziegfeld se mantenía
al tanto.
La gran novedad que parecía flotar entonces sobre la atmósfera de Manhattan era el Empire State Building, el edificio más alto del mundo que recién se había inaugurado ese primero de mayo. Lupe no iba a privarse de visitarlo, así que una tarde, bajo un avaro sol invernal que no lograba impedir el frío, cubierta por uno de sus ostentosos abrigos de pieles desde los casi cuatrocientos metros de altura en que podía observar la ciudad que parecía habitada por figuras diminutas, se dejó seducir por el Nueva York de entonces, más amplio, menos ruidoso -antes de que entre el tumulto, las siluetas acabaran extraviando su sombra sobre el pardo asfalto de las calles-, como si la vida fluyera al ritmo del blanco y negro con el que la veía Edward Steichen, quien mejor había captura- do la rotunda belleza de Lupe en sus frecuentes estudios fotográficos, el primero de tantos en 1928, hasta lograr en alguno de ellos el hallazgo de un aire misterioso que nimbaba su rostro.
La gran novedad que parecía flotar entonces sobre la atmósfera de Manhattan era el Empire State Building, el edificio más alto del mundo que recién se había inaugurado ese primero de mayo. Lupe no iba a privarse de visitarlo, así que una tarde, bajo un avaro sol invernal que no lograba impedir el frío, cubierta por uno de sus ostentosos abrigos de pieles desde los casi cuatrocientos metros de altura en que podía observar la ciudad que parecía habitada por figuras diminutas, se dejó seducir por el Nueva York de entonces, más amplio, menos ruidoso -antes de que entre el tumulto, las siluetas acabaran extraviando su sombra sobre el pardo asfalto de las calles-, como si la vida fluyera al ritmo del blanco y negro con el que la veía Edward Steichen, quien mejor había captura- do la rotunda belleza de Lupe en sus frecuentes estudios fotográficos, el primero de tantos en 1928, hasta lograr en alguno de ellos el hallazgo de un aire misterioso que nimbaba su rostro.
Jules Etienne
* La crónica fue publicada en el New York Times el 22 de junio de 1932.
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