(Fragmento del capítulo 4: Y se hizo el sonido)
- Un
día, Ramón, tú y yo vamos a hacer juntos una película.
Novarro
jamás lo dudó. Sabía que Lupe poseía el envidiable don de realizar lo
imaginado. Cuando concebía una idea era más probable que lograra concretarla a
sacársela de la cabeza. A la distancia vieron el antiguo faro de Punta Loma
vigilando la entrada a la bahía de San Diego. Los barcos parecían miniaturas
bajo un sol rotundo. La razón por la que a Novarro no le agradaba navegar era
que solía marearse con facilidad y si bien Lupe tampoco tenía una personalidad
marina, nunca dejó de sentirse exaltada ante el mar. Con ese mismo candor
exultante con el que encaraba la vida, nunca perdía su capacidad de asombro: el
rumor de las olas, el aroma salado de la brisa, el color de sus espejismos,
cuando el sol confunde al cielo y el mar
para percibir ese aliento insólito que refrescaba su rostro. Había crecido en
un polvoriento San Luis Potosí, más tarde se fue a estudiar a San Antonio para
regresar al lado de su familia en el altiplano de la ciudad de México. No había
tenido la oportunidad de vivir en la proximidad del mar. Y aunque prefería
evitar los vaivenes del oleaje, coincidía con Novarro en que su horizonte es
ilimitado. Era como si desde esa perspectiva el mundo fuera más ancho y menos
ajeno.
Jules Etienne
La ilustración es una fotografía tomada durante el rodaje de El puerto del infierno (Hell Harbor), en 1930.
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