(Fragmento del capítulo 13: Los leones de la Metro)
- Ya estoy harto de escenas con
sujetos que ni siquiera entienden lo que se les está diciendo –se quejó
Novarro.
Se encontraban en el remolque
asignado a Lupe como su camerino. En una esquina se podía ver la imagen de la
virgen de Guadalupe y a su lado un recorte de periódico cuyo encabezado se
ocupaba de la boda de Tarzán con “la hermosa estrella mexicana Lupe Vélez”.
Sobre el tocador una fotografía de Weissmuller ataviado como capitán con la
camisa desabotonada en su parte superior, sobre la cubierta del velero al que
le había cambiado el nombre de Chula por el de Santa Guadalupe, como una forma
de halagarla. Ni siquiera en el interior del remolque podían engañar al puto
frío que se colaba por las rendijas y atizaba el enfado de Novarro. Lupe estaba
vestida como india navajo aunque se cubría con un grueso abrigo en lo que
esperaba su llamado. Miró con tristeza mal disimulada a Novarro, quien no se
había despojado de la ridícula peluca negra requerida para caracterizar a
Muchacho Sonriente y lamentó que no estuvieran disfrutando el que había sido
uno de sus sueños: que ambos coincidieran en una película. Le ofreció una taza
de café y Novarro la aceptó de mala gana.
- Nunca te había visto así –acotó
con una dulzura inusual en ella. Él alzó su mano derecha y a manera de
respuesta hizo un gesto con el que pretendía expresarle que no importaba.
- El problema es que como ellos no
hablan inglés no comprenden sus propios diálogos. Se los aprenden de memoria
pero se nota que no saben lo que están diciendo.
Lupe acarició su rostro y le
obsequió una de sus miradas demoledoras que si Novarro no hubiera sido
homosexual le habría hecho el amor en ese momento, sin preámbulos y sin
prejuicios.
Jules Etienne
La ilustración corresponde a Ramón Novarro y Lupe Vélez en un fotograma de la película Raza de bronce (Laughing Boy, 1934).
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