"No le des ni caridad a mujer que tenga dueño, dice por ahí un refrán vulgar pero verdadero..."
(Fragmento del capítulo 7: El jardín de las malicias)
Podía cantar, podía decir cuánto lo amaba,
pero más bien quería gritarlo. Por eso le pedía al perico que repitiera su
nombre: “Gary, Gary, Gary”, hasta el cansancio. Iluminada por el resplandor de
su propia pasión, la belleza de Lupe era más evidente que nunca en aquel 1929.
A pesar de los altibajos de su relación con Cooper, la ilusión amorosa
continuaba exaltando su vida.
Cuando bajó del tren en la estación del
ferrocarril de Tampa, a mediados de septiembre, fue recibida por el propio
gobernador de Florida, Doyle Carlton, y el periódico local publicó una
bienvenida a todo lo ancho de una plana en tanto que la comunidad latina la
declaró su estrella favorita. Era la primera ocasión en que una producción de
Hollywood adoptaba ese lugar como escenario.
Nunca hubo otro descendiente de un pirata más
dulce que Anita Morgan. La ferocidad de su antepasado, el temible Henry Morgan,
azote de los galeones españoles, se diluyó en los casi tres siglos que
transcu- rrieron entre la fecha de su nacimiento real y el rodaje del ficticio Puerto del infierno. Todo es asequible
en la realidad alternativa del cine. La acción tenía lugar en una isla del
Caribe entre aventuras de marinos con pata de palo que trafican con perlas y
otro más con parche en el ojo que toca el acordeón mientras Lupe entona en
español una vieja canción mexicana y no cubana, como lo dictaba el entorno: No
le des ni caridad a mujer que tenga dueño, dice por ahí un refrán vulgar pero
verdadero, quien da pan a perro ajeno pierde pan y pierde perro. Anita,
quien se la pasa soñando con conocer La Habana, es entregada por su propio
padre para casarse con el villano y de esa manera comprar su silencio como
testigo de un crimen. El héroe, de quien ella se ha enamorado a primera vista –porque
no podría ser de otra manera-, aparece en el momento justo para impedirlo: El amor no llega en media hora, asegura él. El amor llega en un minuto, replica ella en la película. Lupe
estaba convencida de que en realidad eso era una verdad dogmática más allá del
estricto ámbito de la pantalla.
Jules Etienne
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